Navegando por la costa mediterránea de Turquía
Esta aventura como tantas otras empezó a tomar forma fondeados en Isla Gorriti, celebrando el inicio del 2012 con amigos, compartiendo nuestras experiencias luego de vivir seis meses en Moscú.
Testimonio de un lector de la revista “Navegar”
Por Daniel Foggia
Esta aventura como tantas otras empezó a tomar forma fondeados en Isla Gorriti, celebrando el inicio del 2012 con amigos, compartiendo nuestras experiencias luego de vivir seis meses en Moscú. Entre tantas anécdotas, comentábamos que uno de los destinos turísticos preferidos de los rusos era la costa de Turquía. Varias personas nos habían descrito la belleza de la zona y lo increíble que habían sido sus vacaciones, en especial crucereando en Goletas, con tripulación y cocineros incluidos. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos haciendo planes para las vacaciones de invierno de Uruguay. Luego de algunas averiguaciones, nos inclinamos por la alternativa de alquilar un catamarán sin tripulación, para navegar una semana y luego completar el viaje en la exótica Estambul.
Pocos meses después, ya nos encontrábamos en el puerto náutico de Gocek, recibiendo el “briefing” de rigor por parte de la empresa de charter, e instalándonos en el catamarán, de nombre “XXL”. Las primeras sensaciones fueron excelentes. Estábamos en un puerto deportivo muy acogedor, rodeados de un paisaje de película, y recibiendo un servicio de primera calidad, profesional y amigable. Para mejor, el catamarán nos impresionó por su aspecto, estado, y su confort interior, superior al esperado y más que adecuado para las dos familias que viajaríamos. Inmediatamente, los dos matrimonios nos ubicamos en sendos camarotes de popa, y los tres menores se fueron a los de proa. Los dos baños y un muy cómodo espacio común complementaban un interior muy bien logrado. Este catamarán de 40 pies tiene una capacidad máxima de 10 personas. Durante el “briefing”, además de las particularidades del barco, nos explicaron el itinerario sugerido y nos recomendaron los mejores lugares para visitar en la zona, los cuales nos cargaron en una aplicación para Ipad que usaríamos durante toda la semana.
Una vez instalados, decidimos salir a conocer el pueblito de Gocek, al que se llega en un lindísimo trayecto de diez minutos en un pintoresco barco que cruza la bahía. El ambiente en Gocek es cautivante, con sus calles peatonales, sus tiendas en las que ya comenzamos a apreciar la fabulosa artesanía local y las famosas alfombras, su atmosfera de relax, infinidad de restaurantes con terrazas al aire libre, marinas y barcos de todo tamaño. Allí aprovechamos para aprovisionarnos en alguno de los muchos supermercados, que llevan las compras al barco sin cargos extra. Allí comenzamos también a apreciar el famoso espíritu comercial de los turcos, y también su exquisita comida.
A la mañana siguiente, ansiosos y descansados, estábamos listos para zarpar. A los pocos minutos, ya nos encontrábamos extasiados disfrutando el color azul intenso del mar, un color como no habíamos visto antes, muy diferente pero igualmente alucinante que el color turquesa del caribe. Luego llegó el momento del primer fondeo y chapuzón, y de comprobar que el agua tiene una temperatura perfecta para disfrutarla durante todo el día.
A esta zona por donde navegábamos, la denominan Costa Lycia, sobre el mar Mediterráneo o Mar Egeo Sur, según se le quiera llamar. Es una costa muy alta, montañosa, poblada de pinos, que cae a pique dejando estrechos lugares para fondear en menos de 25 metros de profundidad, la cual aumenta en seguida a 150, 300 o más metros, otorgando al agua ese color azul profundo característico. Es de una belleza natural impactante, mezclada con sitios arqueológicos y un desarrollo hotelero y náutico que nos dejó muy sorprendidos. La ausencia total de nubes y un cielo permanentemente celeste complementan un escenario fascinante.
En los días sucesivos, la vida a bordo comenzaba con buen desayuno seguido de una refrescante zambullida y diversión en forma de snorkel o stand-up paddle boards, con carreras y acrobacias incluidas, para grandes y chicos. A continuación, era hora de navegar, explorar y buscar el siguiente punto de fondeo en algún otro lugar sorprendente, para luego almorzar a bordo y continuar con más baños y actividades náuticas. Mi nerviosismo inicial por la posible no adaptación de mis hijos pequeños a la vida a bordo se vio rápidamente disipado, ya que disfrutaron al máximo cada uno de los días, incluyendo las duchas en el cockpit. Al atardecer, era hora de trepar cerros o visitar ruinas, y descubrir vistas espectaculares. Posteriormente, cenábamos generalmente en pequeños restaurantes con vistas increíbles y muy buena comida, a base de pescados frescos a las brasas, verduras y también cordero, complementados con deliciosos panes cocinados al horno de barro y el famoso café turco. Pasamos algunas noches en marinas y otras fondeados en lugares más apartados, amarrados a las rocas, bajando a cenar en el bote y regresando al barco de noche, guiados por su luz de tope. Para finalizar, una vez que los chicos descansaban, era la hora de conversar, compartir una copa de vino, apreciar el silencio de la noche y el cielo estrellado.
Entre las costumbres más particulares de los lugareños está la de fondear por proa y amarrarse de popa a las rocas, seguramente porque la profundidad es demasiada para quedarse al borneo. Muchas veces se acercan locatarios muy serviciales en sus botes, a ayudar con los cabos de popa. Luego en vez de pedir propina, prefieren que se les compren helados, pan fresco a la mañana, un paseo en moto de agua, una vuelta en Parasail, o también toman la reserva para el restaurant cercano si la noche se avecina.
Durante la semana seguimos mayormente el itinerario sugerido por la empresa de charter, recomendación que resultó ser muy valiosa. Parte de la diversión consistía en elegir los lugares, y luego ubicarlos en el plotter, o más entrada la semana, llegar a ellos mediante las cartas y guías. Entre otros lugares, trepamos junto a las cabras los cerros de Kapi Creek para apreciar una vista espléndida, nos bañamos en la extraña Cold Water Bay, donde manantiales submarinos hacen que se sienta al mismo tiempo agua tibia en una parte del cuerpo y congelada en otro, y visitamos la isla Gemiler, que merece un comentario aparte. En lo alto de esta diminuta isla se pueden apreciar las ruinas de cinco iglesias construidas en la época Bizantina, entre los siglos IV y VI, entre otras construcciones. En este escenario increíble y en el marco de la puesta de sol, pudimos tomar fotos difíciles de igualar.
Finalmente, llegó la hora de regresar a la base en Gocek, después de una semana fantástica. Los chicos preguntando por que ya había que irse del barco, y los grandes con ganas de empezar a planificar las siguientes vacaciones de charter. Como consuelo, aún quedaba seguir disfrutando de Turquía con la visita a Estambul, que nos impresionaría por su historia milenaria y su amalgama de culturas. Pero esa es otra historia.